¿ Es posible desarrollar la inteligencia emocional?

Si lo pensamos bien, nos daremos cuenta de que continuamente reprimimos nuestros sentimientos, o los canalizamos hacia vías aceptables. Los investigadores se preguntan hace tiempo cómo logramos controlar nuestros sentimientos, y por qué lo hacemos. Las investigaciones sobre cómo se relacionan el pensamiento y la emoción, dieron lugar al concepto de Inteligencia Emocional a finales del siglo XX

Cuando una persona comete un desliz, ocultamos la risa para no ofenderle. Si discutimos con la pareja, consideramos lo mejor reprimir la ira que ello nos genera. Nos alegramos de que nos feliciten en el trabajo, pero no lo mostramos abiertamente para no suscitar envidias. Casi ninguna emoción escapa a la concien­cia. No sólo sentimos, sino que también nos ocupamos de controlar las emociones.

¿Se trata de que  los propios sentimientos no tienen valor suficiente y, por ello,  hemos de reprimirlos?

 Los filósofos estoicos de la antigua Grecia y Roma ya debatían sobre la relación entre las emociones y el pensamiento: postulaban que las emociones era impulsivas e impredecibles y por ello no eran útiles al pensamiento. Más tarde, aunque los movimientos románticos ensalzaron las emociones durante siglos; la visión estoica que equiparaba emocional con irracional, persistió hasta el siglo xx.

Con el desarrollo de la psicología moderna durante el siglo xx, se revisaron estos conceptos: dándole un nuevo enfoque a las emociones y el pensamiento, los investigadores se centraron en definiciones más amplias de la inteligencia. En la década de los treinta, R. Thorndike sugirió que las personas podrían tener una “inteligencia social”, como potencialidad para percibir el propio estado interno y el de los demás, sus motivaciones y conductas, y actuar en consecuencia. David Wechsler (cuyo nombre se asocia a dos conocidos tests de inteligencia), publicó en 1934 sobre las características “no intelectuales” de una persona que contribuyen a su inteligencia global.
Sin embargo, las propuestas de Thorndike y Wechsler no dejaban de moverse en el terreno de la especulación. Existían pocas pruebas sólidas que permitiesen definir o medir esa “nueva inteligencia”.Hasta que en 1983 Howard Gardner, de la Universidad de Harvard, saltó a la fama con su libro su libro “Frames of Mind”, donde proclamaba siete formas distintas de inteligencia, entre ellas una “inteligencia intrapersonal”, muy parecida al concepto actual de inteligencia emocional.

El punto central consiste en acceder a los propios sentimientos, al propio abanico de afectos o emociones; la capacidad de efectuar discriminaciones instantáneas entre estos sentimientos, y, finalmente, clasificarlos, estructurarlos en códigos simbólicos, utilizarlos como una herramienta para entender y guiar la conducta (Howard Gardner)

¿Existe una inteligencia emocional?

La expresión “inteligencia emocional” se utilizó por primera vez por John D. Mayer y Peter Salovey, de la Universidad de New Hampshire, en 1990. Definieron la inteligencia emocional como

La capacidad de percibir los sentimientos propios y los de los demás, distinguir entre ellos y servirse de esa información para guiar el pensamiento y la conducta de uno mismo

El concepto dio lugar a una amplia labor investigadora sobre la interacción entre la emoción y el pensamiento. Los psicólogos desarrollaron experimentos sobre dicha interacción con variables aparentemente no relacionadas: la percepción de la emoción en las expresiones faciales, el efecto de la depresión sobre la memoria,  y la importancia del control y la expresión de las emociones.

Por ejemplo, en la Universidad de California en San Fracisco, Paul Ekman mostró a un grupo de nativos de Nueva Guinea una serie de fotografías de norteamericanos expresando distintas emociones. Observó que los nativos reconocían con bastante precisión las emociones expresadas en las fotografías, aunque jamás habían visto a un norteamericano y se habían desarrollado en una cultura completamente diferente.

En otro experimento, con el fin de conocer las estrategias que ayudarían a regular de manera óptima los sentimientos y cuáles serían sus consecuencias sobre el estado anímico y la salud; James Gross y su equipo, de la Universidad de Stanford, sometieron a un conjunto de estudiantes a una desagradable sorpresa: debían contemplar escenas espantosas y repugnantes de una película, como por ejemplo, la amputación de un brazo o rituales de la circuncisión africana. No debían retirar la mirada, pues el objetivo era inducir, con cierta fiabilidad, estados emocionales intensos. Gross solicitó a la mitad de sus voluntarios que contemplaran las escenas lo más neutramente posible, sin que nadie percibiera lo que estaban sintiendo en ese momento (poniendo «cara de póker»). A este tipo de autocontrol se le denomina supresión. La otra mitad de los participantes no recibió ninguna instrucción al respecto. Se filmaron los gestos de todos y se procedió al registro de diversos datos fisiológicos, como frecuencia e intensidad del latido cardíaco o conducción eléctrica por la piel. Además, todos los participantes informaron, a través de un cuestionario, cómo se habían sentido durante la proyección.
Los voluntarios con “cara de póker” consiguieron, en su mayoría, reprimir sus reacciones emocionales externas: sin embargo, en el cuestionario posterior informaron que no por eso se sintieron menos impactados. Además, sistema nervioso vegetativo de los reprimidos respondió con gran intensidad, lo que indica una reacción de estrés muy viva; se comprobó que esta reacción fue mayor que la del grupo que no había recibido ninguna instrucción.
Las consecuencias negativas de la supresión emocional no se limitan a una acentuación de la respuesta de estrés. Roy Baumeister y Dianne Tice, de la Universidad estatal de Florida en Tallahassee, demostraron que las personas que reprimen sus emociones tardan también más en resolver las tareas intelectuales.

De modo opuesto, con el fin de demostrar que ciertos estados emocionales pueden crear condiciones mentales favorables para el desarrollo de determinadas tareas, Alice Isen, de la Universidad de Cornell, llevó a un grupo de universitarios al laboratorio e indujo en ellos un estado de humor positivo (mediante un pase de vídeos cómicos) o bien un estado de humor neutral (mediante el visionado de un segmento de una película sobre matemáticas). Observó así que un humor alegre ayuda a la gente a encontrar soluciones más creativas ante los problemas:
Tras ver una de las dos películas, cada estudiante se sentaba en un pupitre y se le daban unas cuantas cerillas, una caja de chinchetas y una vela. Sobre la mesa había un tablero de corcho. Los alumnos tenían 10 minutos para resolver el reto siguiente: fijar la vela al corcho de suerte que ardiera sin derramar cera sobre el corcho. Los estudiantes que habían visto los vídeos cómicos, y que por tanto estaban más alegres, mostraron una mayor habilidad en dar con la solución adecuada al problema: se dieron cuenta de que la tarea podía resolverse fácilmente vaciando la caja de chinchetas, fijándola al corcho y convertirla en peana para la vela.

Parece, pues, que la gestión adecuada de las emociones puede facilitar ciertas tareas; la persona «emocionalmente inteligente» puede utilizar los sentimientos positivos de forma más eficiente

De estos trabajos pioneros de investigación surgió el concepto de inteligencia emocional. Este constructo integra los resultados encontrados en las investigaciones sobre una serie de aptitudes que pueden ser medidas y diferenciadas de los rasgos de personalidad y de la capacidad para socializar. Según el método científico en psicología, admite la denominación de inteligencia porque constituye una parte de la capacidad individual para llevar a cabo razonamiento abstracto y adaptación al entorno; y además es cuantificable y medible. La inteligencia emocional se manifiesta cuando operamos con información emocional, de la misma forma que otros tipos de inteligencia nos ayudan a comprender el contexto o a resolver problemas de la vida diaria.

Descripción y medida de la inteligencia emocional

La principal incógnita a resolver en el emergente campo de estudio de la inteligencia emocional son las diferencias individuales en los procesos relacionados con las emociones. Estas diferencias han demostrado tener un impacto notable en nuestro comportamiento en diversos ámbitos de la vida, incidiendo tanto en nuestras relaciones sociales, familiares y de amistad, como en nuestro bienestar psicológico. La forma de resolver un conflicto, el modo en que afrontamos una presentación en público o una situación de evaluación, la manera en que podemos ofrecer apoyo emocional a nuestros allegados ante una desgracia, por poner solo algunos ejemplos; comprenden una serie de habilidades y competencias afectivas que no todo el mundo posee por igual, y que generan interés creciente en educadores, profesionales de la psicología, entrenadores y expertos en recursos humanos.
Con el fin de profundizar en el campo de las emociones, Salovey y Mayer desarrollaron un modelo de inteligencia emocional, que describe cuatro dominios de aptitudes relacionadas:

  • Percepción emocional:

La capacidad para percibir las emociones de forma precisa. Habilidad para percibir las emociones propias y ajenas, así como percibir emociones en el artísticas y a través de otros estímulos.

  • Facilitación emocional:

La capacidad para canalizar las emociones de modo que faciliten el pensamiento y el razonamiento. Habilidad para emplear las emociones en los procesos cognitivos de toma de decisiones.

  • Comprensión emocional:

La capacidad para comprender las emociones, especialmente su expresión en el lenguaje no verbal. Habilidad para comprender la información emocional,cómo las emociones se combinan y van cambiando, así como apreciar el significado emocional de los eventos.

  • Regulación emocional:

La capacidad para controlar las propias emociones y las de los demás. Habilidad para ser receptivo y asertivo; amodular nuestros sentimientos y los de los demás y promover la madurez y crecimiento emocional.

Mayer y Salovey, se ocuparon también de la medición de los niveles individuales de inteligencia emocional (IE), postulando que su exactitud sólo podría conseguirse a través de medidas de rendimiento que evaluasen las destrezas y habilidades de las personas mediante ejercicios de resolución de problemas como los de otras pruebas de inteligencia general (por ejemplo WAIS), y no sólo con instrumentos de autoinforme, los cuales constituyen nada más que una estimación subjetiva de las capacidades emocionales de cada sujeto. En consecuencia, desarrollaron un test de ejecución de inteligencia emocional (IE) denominado Mayer Salovey Caruso Emotional Intelligence Test, MSCEIT (Mayer, Salovey y Caruso, 2002); que fue adaptado al castellano en 2009 por TEA (Extremera y Fernández-Berrocal). Este test comprende las cuatro dimensiones de la IE propuestas por Mayer y Salovey.

La aplicación de la inteligencia emocional en la vida diaria

De acuerdo con ese modelo de inteligencia emocional constituido por cuatro componentes organizados jerárquicamente, los individuos muestran diferencias en las habilidades descritas, diferencias que repercuten en la escuela, en el hogar y el trabajo, así como en las relaciones sociales.

Varias líneas de investigación han comprobado los beneficios de la IE en distintos ámbitos tales como las relaciones interpersonales y laborales; la salud física y mental, y la conducta agresiva o el rendimiento académico; mostrando que la falta de estas habilidades emocionales afectan a las personas tanto en su vida cotidiana como en el contexto escolar o laboral.
Las personas emocionalmente inteligentes gozan de mejor salud física y psicológica y saben gestionar mejor sus problemas personales. En concreto, sufren con menor frecuencia síntomas físicos o de depresión, menor nivel de ansiedad y de estrés social; al mismo tiempo que utilizan con mayor frecuencia estrategias de afrontamiento positivo para solucionar conflictos.

Por todo ello,

Tanto a nivel público como privado se vienen elaborando desde 1997 programas y cursos de entrenamiento en los ámbitos académico y laboral; para desarrollar  el aprendizaje de las habilidades emocionales que componen la inteligencia emocional como son  la capacidad de percibir, facilitar, comprender y manejar las emociones propias y las de los demás;  así como la asertividad (capacidad de expresar las propias emociones y deseos respetando las de los demás). En particular, los cursos de formación sobre inteligencia emocional y asertividad se han extendido recientemente también al ámbito familiar y de pareja; con el fin de que el desarrollo de la inteligencia emocional pueda incidir directamente en la armonía de la convivencia

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5 comentarios en «¿ Es posible desarrollar la inteligencia emocional?»

    • Exactamente. Es necesario que docentes como familias desarrollen este tipo de inteligencia en sus hijos y estudiantes para actuar de una manera mas asertiva y dar soluciones a cada nuevo problema que se nos presente. Cada dia debemos ensayar nuestros comportamientos frente a los demas y medir cada una de nuesteas actuaciones. Asi estaremos construyedo un mundo mas sano libre de agresiones y violencia.

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  1. Muy interesante…pero por qué siempre se explayan tanto en estos textos explicando el problema y no en la solución……en conclusión cómo se desarrolla esta inteligencia emocional…qué se requiere… es muy difícil lograrlo ?

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    • Hola, Roxana, gracias por tu comentario
      Como podrás observar, hacia el final del artículo se indica que existen cada vez más opciones de formación sobre el ámbito de la Inteligencia Emocional.
      Además de los cursos de formación, siempre puedes leer al respecto (si quieres podemos informarte acerca de los mejores libros sobre el tema) y te sugiero también algunas colecciones de cuadernos de ejercicios que trabajan diferentes habilidades de inteligencia emocional, como por ejemplo éste: https://amzn.to/2RzpZhV
      Espero que te sea útil
      Un saludo

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